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FATALIDAD Y SOLIDARIDAD ¿QUÉ SIGUE? (AAO)



Preludio
La noche del 7 de septiembre el país se conmocionó por el sismo que destrozó gran parte del Istmo de Tehuantepec en Oaxaca y no pocas comunidades en Chiapas. Con una magnitud de 8.2 grados en la escala de Richter es el sismo de mayor intensidad en dos siglos y el segundo en toda la historia sismológica del país.
En respuesta, la sociedad se volcó en ayuda para los damnificados en el sur enviando alimentos, ropa o dinero para mitigar los daños causados por el movimiento telúrico. Si la zona tuviese mayor densidad poblacional, probablemente los daños hubieran sido mucho mayores a los causados en la Ciudad de México el 19 de septiembre.
El 19 de septiembre a las 11:00 hrs. se recordaba con un mega simulacro a las víctimas del sismo de 1985, el que más víctimas mortales ha dejado en el país. Ese mismo día, por una muy desagradable coincidencia, experimentaríamos algo muy similar a lo que los capitalinos vivieron exactamente 32 años antes.
Año tras año la sociedad no realiza como es debido dicho ejercicio: no todos participan y quienes lo hacen no prestan atención o no agilizan la evacuación de los inmuebles. Quizá sea el olvido del 85 o la distancia entre la Ciudad de México y el Istmo de Tehuantepec, la razón por la que sea nos habla de una falta de cultura de protección civil.

Fatalidad
Eran casi la una y cuarto, cuando sin alerta sísmica empezamos a sentir el movimiento. «¡Está temblando!», alcance a decir y tomando mi mochila me disponía a salir del salón.
Nadie sabía qué hacer, el maestro dejaba de escribir en el pizarrón y nos invitaba a mantener la calma. Algunos seguían sentados y Mariela que también se había levantado intentaba regresar por su celular. Con las dos manos la tomé de los hombros y le dije que lo dejara, que debíamos salir. Sólo nosotros salimos del salón y en el pasillo vimos a un par de compañeros de otra clase que hacían lo mismo.
Al avanzar hacía las escaleras pude ver de reojo que algunos fragmentos del edificio empezaban a caer, creí lo peor, por instinto le dije a mi amiga lo que todos dicen que no hagamos: «¡Corre!» Como pudimos bajamos las escaleras y antes de salir y sin pensarlo alce la vista para verificar que nada pudiera caer sobre nosotros, me cubrí la cabeza con mis manos y salí.
Bastaron unos segundos para que todos los que se habían quedado en el edificio del posgrado salieran. Un amigo había tomado las cosas que por la prisa olvidamos en el salón y nos las entregaba. Hubo quienes no pudieron sacar sus pertenencias y tuvieron que esperar a que se inspeccionara el edifico por posibles daños.
Revisé mi celular y mi compañero de departamento se reportaba bien, hice lo mismo con mis familiares. En twitter ya se reportaba la magnitud y el epicentro: 7.3 grados en Puebla o Morelos. Minutos después la red telefónica colapsó.
Camino a casa noté que todos estaban temerosos, algunas líneas del metro dejaron de operar y los microbuses no se daban abasto. Hubo algunos choferes de mudanzas que gentilmente comenzaron a ofrecer transporte. «Para Tlalpan», gritaban algunos. «Llego hasta la Viga» decían otros y hubo quienes les tomaron la palabra, en su mayoría jóvenes, que se subían a los grandes camiones. Sobre la marcha pude ver algunos postes de luz que en la parte superior se habían trozado.
Al llegar al departamento en el que vivo me reconfortó saber que no había daños, sólo algunas cosas que se habían caído, pero nada más. Bajé y sin saber nada de estructuras o ingeniería revisé el edificio y no había ningún daño aparente. No teníamos electricidad y en consecuencia tampoco internet, la batería de mi celular estaba muriendo, aún sin señal y ¿quién en estos días conserva un radio con pilas? recordé que un pequeño iPod tenía radio y con la pila que le quedaba me dispuse a oír las noticias.
Hasta aquí no había caído en cuenta de la magnitud del evento, quizá porque mientras temblaba, yo bajaba las escaleras y me fue imposible percibir su intensidad o porque en la zona sur por donde me desplacé no había daños graves. Pero al oír la radio, todo fue diferente. «Un edificio se cayó en Bretaña», «Hay niños atrapados bajo los escombros del Colegio Enrique Rébsamen», «El multifamiliar en Tasqueña se derrumbó», «Xochimilco, la Del Valle, la Condesa y la Roma las zonas más afectadas», «Albergue en la delegación B. Juárez», «se necesitan víveres», centros de acopio aquí y allá. La ciudad entera se había convulsionado, en un primer momento porque todos querían llegar a sus hogares y después… ¡solidaridad!

Solidaridad
El mismo día de la tragedia ya había muchas manos tratando de salvar vidas a grado tal que entorpecían las labores de rescate. Las redes sociales fueron la herramienta de comunicación más efectiva, la moderna tecnología inutilizó en muchos sentidos a los medios de información televisiva.
     Muchos centros de acopio se vieron rebasados, ni la marina ni el ejército podían controlar a la multitud que se desbordaba con la intención de ayudar al otro, a su vecino, a su otro yo. Esa es la razón de que salieran tantos: el reconocimiento del otro, la percepción del otro como igual, como un reflejo de sí mismo. Aquí no importó el sexo ni el ingreso ni nada, la consigna era ayudar por ayudar, porque el que está debajo de esas piedras podría haber sido yo, mi mamá, mi papá, mi hermano o un amigo.
Ese día también tuve la intención de salir, pero sin saber aún por qué no lo hice, a mi mente vino un refrán «Mucho ayuda el que no estorba» y ahora cobraba ante mí tanta vigencia. Sin menospreciar los esfuerzos de todos los voluntarios, en realidad había quienes sólo salieron a tomarse la foto, a presumir su buenondismo, a estorbar y nada más.
Hubo otros que se dedicaron a propagar el miedo con noticias falsas y con él el estrés post traumático y la psicosis. Quizá sin la intención de generar más mal que bien y con la idea de compartir un conocimiento que podría salvarte la vida, pero que sólo alimentó el miedo. Así días después con la réplica del 23 de septiembre hubo dos personas que fallecieron por infarto.
Afrontar la fatalidad, superar el estrés y ayudar al damnificado requieren fuerza y es digno de reconocimiento lo que los mexicanos hicimos ante el desastre, pero la verdadera hazaña está por venir, la solidaridad real, efectiva y quizá la que requiere más valor y coraje es la que se necesita ahora, semanas después del terremoto.
Philippe van Parijs admite que el principio de solidaridad puede desdoblarse en dos formas: débil y fuerte. La primera ocurre cuando se hacen transferencias, concesiones de cualquier tipo, una vez que se ha actualizado algún detrimento, en cambio la fuerte se actualiza cuando dichas transferencias se realizan de forma anticipada o preventiva.
La solidaridad mostrada ante la fatalidad del 19 de septiembre en la Ciudad de México corresponde a la del primer tipo. Hoy la pregunta obvia es ¿debemos ayudar a reconstruir a quienes perdieron su vivienda? la respuesta, también obvia, es un rotundo sí, pero donde se verá realmente nuestra solidaridad será al responder a lo siguiente ¿Estaríamos igual de dispuestos a ayudar a quienes aún no han resentido un daño?

 ¿Qué sigue?
En el mundo de libre mercado en el que vivimos lo qué sigue, según van Parijs es refundar la solidaridad, como una solidaridad fuerte y de la mano de la tolerancia. Esto significa que, en la reconstrucción de los inmuebles derruidos, sede de muchos hogares, es cuando se necesita la mano del Estado benefactor, aquí no sería ético exigirles a quienes perdieron su patrimonio, incluso más, que se levanten con sus propios medios ni que resientan el daño como responsabilidad por no haber asegurado su inmueble.
Esta razón subyace en la conciencia popular y se entrelaza con el hartazgo de la sociedad en relación a la política. Así se explica la acogida que tuvo la idea de que los partidos dejaran de percibir ingresos para canalizarlos en ayudar a los damnificados, concretamente en reconstruir inmuebles. Aun cuando con relación a los ingresos del Estado, las prerrogativas de los partidos políticos sean una bicoca, la ciudadanía demanda que sean los políticos quienes también participen en la reconstrucción del país porque en su mayoría han perdido legitimidad. No me detendré de más en este punto, baste con advertir que, si bien la idea resulta atractiva, quizá hasta justa, conlleva muchos riesgos que hoy nos es imposible ver, pero el día de mañana podrían pasarnos factura, baste recordar que el financiamiento público de los partidos ha sido de las más eficaces formas que para transitar a la democracia se ha dado el Estado mexicano.
Un par de días antes del sismo del 7 de septiembre se anunciaba con orgullo pretensioso y vil, la entrega de 170 casas a los que perdieron su vivienda en 1985, ¡así es, treinta y dos años después!, sin pena ni remordimiento. La verdadera solidaridad hoy está en no permitir que pasen otros treinta y tantos años y siga habiendo campamentos de damnificados por esta fatalidad ni por ninguna otra.
La verdadera solidaridad está en recordar que México no sólo es la Ciudad del mismo nombre, sino también Oaxaca y Chiapas, que hay muchas más víctimas no sólo de terremotos o inundaciones, sino de violencia sexual, criminal y económica, que todos los días hay marginados en la calle que también necesitan de nuestra ayuda. Ojalá que lo que aprendimos hace una semana lo apliquemos con otros damnificados, otras víctimas, con quienes hoy se encuentran bajo los escombros de la humanidad.

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